María Moragues/Posadas
Ahora comienza la real adaptación, aquello que para nadie es fácil y nosotros no ibamos a ser menos. Primero que todo, tener un móvil (celular llamado aquí) argentino, para ello nos pedian ser argentinos y como no lo eramos, debimos recurrira la gran ayuda de Leandro. Un gran compañero de la universidad que nos ha ayudado no sólo en eso, si no en muchisimas cosas más.
Conseguimos la tarjeta y fuimos a la Placita (mercado de contrabando, que aquí se ve que es legal porque nadie dice nada) a comprarnos un móvil libre. Unos 18 euros nos costó un Nokia, increible pero cierto. Después llego el momento de ir a la universidad, menos mal que los profesores nos ayudaron muchísimo. Gracias a Zamboni, el director de la carrera, que nos hizo de garante conseguimos alquilar nuestra casa. Todos y cada uno de los docentes nos prestó su ayuda para cualquier cosa, eso no sé si en España ocurrirá, ésta es la ventaja de ser los primeros en acudir de intercambio a Posadas.
Si soy sincera, las primeras semanas no me sentí nada integrada en la universidad y muchísimo menos en la ciudad. No me sentía identificada ni con su manera de concibir la vida, ni con su método de trabajo. Es muy diferente y muy duro. Llegar a unz universidad totalmente pública, que los estudiantes no pagan ni la mátricula y por ello sus instalaciones son precarias. Sí, es buenísimo que toda persona tenga derecho a ir a la universidad, que no hayan distinciones pero no por ello las clases deben estar sin las comodidades necesarias para cursar como dios manda. La falta de mobiliario es lo que más me impresionó, si no hay sillas suficientes vas a otra clase y agarras las que quieras. Es otra manera de ver la educación ya que estas instalaciones son precarias porque el estado no invierte en educación.
Pero debo reconocer que todo ello se suprime cuando ves a los profesores, excelentes docentes que se preocupan por la vida de sus alumnos. Que consiguen transmitir ese sentimiento de respeto pero a su vez son amigos y confesores. Eso es lo que le falta a España y a sus universidades, que los alumnos no sean simplemente números a los que en junio debes calificar.
Con nuestros compañeros de clase, en los comienzos, no teníamos ningún tipo de relación. No sé si los españoles hicimos una piña que nadie podía sobrepasar o que no estaban acostumbrados a recibir a estudiantes de otros países. Todo ello ha cambiado positivamente, ahora mismo me siento una más de ellos.
Fueron semanas muy duras ya que cuando estaba en España siempre pensaba voy a conocer a muchísima gente, con diferente cultura y manera de pensar. A la llegada no se cumplieron las expectativas que tenia,no encontrar a gente de otros países y a argentinos que ya tienen su vida hecha. Muchas veces pensaba menos mal que no me vine sola, porque si hubiera sido así a las dos semanas estaba de regreso. Menos mal que poco a poco todo cambió, conocimos a tres chicas encantadoras que nos prestaron también toda su ayuda y sobretodo su amistad, lo que más necesitabamos en ese momento. Con Nadia, Manuela y Sandra nos une ahora una fuerte amistad, al igual que con muchísima gente más, pero ellas fueron el impulso que te deben dar para salir corriendo, simplemente un empujón.
Cenas en casa con amigos, salidas a los boliches (discotecas), cervecitas en los bares del centro fue todo lo que conseguimos después de ese magnífico empujón.
Después de ello, empezamos a sentirnos adaptadas y a ver Posadas con otra perspectiva.
Una experiencia única que sólo yo podía vivir.